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lunes, 22 de diciembre de 2008

La apariencia no lo es todo




A veces la apariencia no lo es todo...

John Blanchard se levantó de la banca, alisó su uniforme de marino y estudió a la muchedumbre que hormigueaba en la Grand Central Station. Buscaba a la chica cuyo corazón conocía, pero cuya cara no había visto jamás, la chica con una rosa en su solapa.
Su interés en ella había empezado trece meses antes en una biblioteca de Florida. Al tomar un libro de un estante, se sintió intrigado, no por las palabras del libro, sino por las notas escritas a lápiz en el margen. La suave letra reflejaba un alma pensativa y una mente lúcida. En la primera página del libro, descubrió el nombre de la antigua propietaria del libro, Miss Hollis Maynell.
Invirtiendo tiempo y esfuerzo, consiguió su dirección. Ella vivía en la ciudad de Nueva York. Le escribió una carta presentándose e invitándola a cartearse. Al día siguiente, sin embargo, fue embarcado a ultramar para servir en la Segunda Guerra Mundial.
Durante el año y el mes que siguieron, ambos llegaron a conocerse a través de su correspondencia. Cada carta era una semilla que caía en un corazón fértil; un romance comenzaba a nacer. Blanchard le pidió una fotografía, pero ella rehusó.
Ella pensaba que si él realmente estaba interesado en ella, su apariencia no debía importar. Cuando finalmente llegó el día en que el debía regresar de Europa, ambos fijaron su primera cita a las siete de la noche, en la Grand Central Station de Nueva York. Ella escribió: "Me reconocerás por la rosa roja que llevaré puesta en la solapa." Así que a las siete en punto, él estaba en la estación, buscando a la chica cuyo corazón amaba, pero cuya cara desconocía.
Dejaré que Mr. Blanchard relate lo que sucedió después: "Una joven venia hacia mí, y su figura era larga y delgada. Su cabello rubio caía hacia atras en rizos sobre sus delicadas orejas; sus ojos eran tan azules como flores. Sus labios y su barbilla tenían una firmeza amable y, enfundada en su traje verde claro, era como la primavera encarnada.
Comencé a caminar hacia ella, olvidando por completo que debía buscar una rosa roja en su solapa. Al acercarme, una pequeña y provocativa sonrisa curvó sus labios. "¿Vas en esa dirección, marinero?" murmuró. Casi incontrolablemente, di un paso para seguirla y en ese momento vi a Hollis Maynell. "Estaba parada casi detrás de la chica. Era una mujer de más de cuarenta años, con cabello entrecano que asomaba bajo un sombrero gastado. Era bastante llenita y sus pies, anchos como sus tobillos, lucían unos zapatos de tacón bajo." "La chica del traje verde se alejaba rápidamente. Me sentí como partido en dos, tan vivo era mi deseo de seguirla y, sin embargo, tan profundo era mi anhelo por conocer a la mujer cuyo espíritu me había acompañado tan sinceramente y que se confundía con el mío.

Y ahí estaba ella. Su faz pálida y regordeta era dulce e inteligente, y sus ojos grises tenían un destello cálido y amable. No dudé más. Mis dedos afianzaron la gastada cubierta de piel azul del pequeño volumen que haría que ella me identificara. Esto no sería amor, pero sería algo precioso, algo quizá aún mejor que el amor: una amistad por la cual yo estaba y debía estar siempre agradecido.
Me cuadré, saludé y le extendí el libro a la mujer, a pesar de que sentía que, al hablar, me ahogaba la amargura de mi desencanto. "Soy el teniente John Blanchard, y usted debe ser Miss Maynell. Estoy muy contento de que pudiera usted acudir a nuestra cita. ¿Puedo invitarla a cenar?"

La cara de la mujer se ensanchó con una sonrisa tolerante. "No sé de que se trata todo esto, muchacho," respondió, "pero la señorita del traje verde que acaba de pasar me suplicó que pusiera esta rosa en la solapa de mi abrigo. Y me pidió que si usted me invitaba a cenar, por favor le dijera que ella lo esta esperando en el restaurante que esta cruzando la calle."

No es difícil entender y admirar la sabiduría de Miss Maynell. La verdadera naturaleza del corazón se descubre en su respuesta a lo que no es atractivo. "Dime a quién amas," escribió Houssaye, "y te diré quién eres.".



Autor anónimo.

lunes, 15 de diciembre de 2008

El relativo paso del tiempo


No recordaba si eran horas o minutos los que llevaba allí sentada, había perdido la noción del tiempo y el reloj se le había parado. Imposible conseguir una pila para aquel aparato, que le gustaría seguir llevando para recordar los momentos que le tocó vivir mirándolo mientras esperaba a su amor, o llegaba tarde a una cita, preparaba algo de comer o miraba nerviosa los minutos que faltaban para que el árbitro diera por finalizado un partido.

Él le dijo que volvería pronto sería cuestión de minutos, ¿qué clase de minutos?, no le dijo cuantos segundos tenía los minutos allí.

Empezó a notar un fuerte dolor en el estomago, recordó que así era la sensación de hambre que hacía tanto tiempo no había vuelto a sentir, miró en derredor, allí no había ningún establecimiento para comprar comida o alguna bebida caliente que la reconfortara un poco.

Empezó a arrepentirse de no haber ido con él a donde quiera que hubiese ido. La sensación de soledad era cada vez mayor, se sentó en el arenoso suelo donde yacía abandonado y roto el pequeño robot que él le había dejado mientras iba a buscar piezas para arreglar la avería.

Cuando él volvió con las piezas de repuesto, bolsas con comida y botellas de agua, se la encontró tirada abrazando al robot, su cuerpo había menguado al deshidratarse, tenía una expresión serena y una sonrisa en la boca.

Para él solo habían pasado cuatro horas, para ella cuatro semanas que no pudo soportar...



Carol

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Sin apoyo


...Vino aquella ola y me mojó entera.

Me engañó el mar mandando olitas tímidas, acariciantes, besándome los pies con delicadeza, mojándome justo por encima de las rodillas.

De pronto, una ola gigante y hasta la melena me quedó llena de salitre.

¡Qué descarada! No me había recompuesto cuando otra más grande aún arrastró toda la arena en la que mis pies se apoyaban haciéndome perder el equilibrio, volteándome sin respeto ni miramiento mientras me tragaba, me hundía en lo más profundo de sus aguas revueltas, ¡qué traicionero es el mar!, a la vez que encantador, refrescante y placentero, lleno de contrastes como tú; como tú, sereno o agitado según el viento que sople.

Pero ayer estaba en calma y de repente...aquella ola...

Sí, como tú, estabas en calma, sereno y de repente... aquel gesto...


Carol

lunes, 1 de diciembre de 2008

Nunca nos quedará París


Quise soñar despierta
siguiéndote en silencio
caminando tras la estela
que tus pasos abrieron,
con los ojos abiertos
y los puños cerrados
ahuyentando el miedo
que quería invadirme
mezclado con llanto.
Tu alma es buena
quedó demostrado
aún así…
Sin proponértelo siquiera
mataste lo más sagrado.
De la mía recogí los trozos
y con el corazón en bandolera
me voy lejos de tu estrella...
De nuevo podré soñar con todo.
Carol