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sábado, 27 de marzo de 2010

Sueños inalcanzables



Estar cerca de ti sintiendo tu amor…
el más importante motivo de mi vida.
Coger tu mano, sentir su delicadeza y calor…
es encontrar la felicidad en las cosas sencillas.
Besar tus labios bajo la luna llena, en mi tierra…
ni en la gloria podría alcanzar mayor placer
y aunque sueño e imagino aún no he llegado
a ese lugar dónde te encuentras. Camino sin desfallecer.
Escondida entre las hojas de un libro de poesías,
con esperanzas me conformo con abrazar
lo único mío que de ti tengo, mi tesoro venerado:
tu deteriorada y entrañable… fotografía.

El tiempo juega en mi contra.

Carol










domingo, 21 de marzo de 2010

Gato y yo



¡Oh, sí!, claro que sí...me encantan los gastos, son independientes como yo y a ratos mimosos, y hasta…sí bueno, y hasta empalagosos pero jamás abandonaría a ninguno. Te vienen a despertar por la mañana cuando se aburren de esperar que les hagas un poco de caso, se suben a la cama y allí quietitos esperan el momento en que abres los ojos para soltar un maullido de aúpa, pero este lo tiene difícil, me pongo antifaz para dormir, y estos sin agujeritos para no enseñar los ojos recién abiertos con mucho sueño todavía pegado a las pestañas, de tal forma que es imposible abrirlos sin sentir una punzada en ellos.
Anoche me acosté muy tarde y he soñado con una boda, no la mía afortunadamente, lo terrible es que siempre que sueño con un casamiento alguien de la familia fallece, es como… una premonición, algo de lo que no puedo escapar pues este sueño se repite una y otra vez aunque con distintos contrayentes cada x tiempo, cuando despierto me siento muy mal, un dolor agudo me llena el pecho y la angustia se apodera de mi.
Hoy, Gato, no me voy a quitar el antifaz, voy a seguir en la cama un buen rato hasta que me duela el estomago de hambre, no quiero despertar, quiero parar la vida, el mundo, quiero huir de la realidad para no vivir más tragedias que me hieran el alma y me sumerja en la tristeza. Tú puedes quedarte ahí acurrucado, dormitando en silencio, calentito y sin un solo maullido y si te aburres sal por la ventana a tomar el sol, procura no hacer ruido, yo hoy no estoy, para nada, para nadie, quiero dormir, soñar cosas agradables, con viajes exóticos, lugares de ensueño, persona amables, encantadoras con las que dé placer conversar, con un mundo ideal donde el dolor sea tan solo una palabra que nadie haya experimentado y dónde las personas sólo lo abandonen cuando sean muy, muy viejitas.
Nada de radio, ni periódico, ni mucho menos televisión…si suena el teléfono no esperen que lo coja, me desconectaré de todo aunque creo que no me dejaran que lo esté mucho tiempo, a ver cuánto resisto…
Otra vueltecita, cojo postura y…


Carol

miércoles, 10 de marzo de 2010

La alacena


La alacena era un mueble de ensueño desde que llegó a la cocina de la casa de mis padres. En la parte de arriba tenía dos puertas con tres departamentos, allí, en lo más alto guardaba mi madre las legumbres, el arroz la pasta, el azúcar, café, harina, té, etc. En la segunda balda ponía vasos, platos, fuentes para el uso diario, tenerlos así a mano. En la primera por más que lo pienso no puedo recordarlo aunque es posible que solo tuviera dos.

El centro se ensanchaba y servía para dejar algunas viandas recién hechas, el pan o alguna bebida mientras eran llevadas a la mesa, Tenía a cada lado unos cajones muy largos y estrechos con distintos departamentos para las especias: azafrán, canela, clavo, cominos, así hasta siete, en el último de la izquierda que estaba vacío yo iba dejando monedas que me iban sobrando del dinero que me daban para caramelos u otras chucherías, para comprarle a mi madre el regalo del Día de la madre y después una tarjeta de felicitación para el día de la onomástica de mis padres. No me daban nada para que yo les comprara el regalo por eso como quería tener un detalle con ellos, aunque aún era pequeña pues esto lo hacía a partir de los siete años, tenía que empezar a ahorrar desde muy pronto porque era muy poca la paga que tenía.

Aquel cajón era mi escondite, nadie sabía que allí yo guardaba el dinero que siempre tapaba con algún envoltorio de especias que mi madre nunca llegaba hasta allí porque normalmente encontraba antes lo que buscaba y además estaba protegido de ser la tentación de mi hermano pequeño que curioseaba en mis cosas como si fuera un detective. Yo tenía un detalle con él y es que siempre el regalo lo hacía en nombre de los dos aunque él no aportase nada pues aunque le llevase dos años y pico para mí era mi niño pequeño que ya aprendería a ahorrar…

Debajo dos cajones, uno para los cubiertos, otro para el pan.

Abajo tenía también dos puertas con tres departamentos y aquí las puertas tenían celosías, para refrescar los alimentos que allí se guardaban, ya sabes: “mantener en sitio seco y fresco”. La primera balda la reservaba mi madre para los dulces que hacía, bizcochos, tartas, leche frita, empanadas, magdalenas, roscos, pestiños, no todos a la vez claro, pero casi siempre teníamos algo de estas delicias para desayunar o merendar. Yo tenía la costumbre de abrir las dos puertas y quedarme ensimismada un instante mirando las fuentes pensando que elegir, entonces mi madre me decía que parecía que estaba confesándome porque así la alacena parecía un confesionario, aún lo recuerdo con cariño y aún sueño con la alacena y esta parte de ella, la abro en sueños y veo pastales y otros caprichos que no estuvieron nunca allí pero que yo seguramente he visto en algún escaparate de pastelería y se ha quedado gravado en mi subconsciente pues no he satisfecho ese deseo por eso de guardar la línea. Pero es curioso que no sueño con la nevera, más moderna en casa, sino con la alacena.

Más abajo estaban los embutidos, chorizos, morcillas andaluzas, salchichones etc. Este era de poca altura. En la parte inferior del todo, ollas, cacerolas…
Y debajo ya fuera del mueble en distintos recipientes guardaba mi madre las patatas, cebollas, ajos, hierbas para infusiones, como manzanilla, poleo, hierba luisa etc.

Pasó el tiempo y vinieron armarios más modernos de cocina, como los muebles Forlady y la alacena salió de casa para ir a casa de una vecina que la puso primero en su cocina y luego en su patio, dónde yo, cuando iba a su casa me la quedaba mirando con tristeza, porque nosotros teníamos patio y la alacena habría hecho allí un gran servicio, pero más que nada porque era un mueble coqueto al que yo le tenía mucho cariño y era fuerte resistiendo al paso de los años. Nunca dije nada porque "dónde hay patrón no manda marinero" y yo era muy pequeña para opinar sobre la decisión de mi madre de regalar la alacena. Sin embargo aún sueño con ella. No sé, tendré que comprarme una lo más parecida a aquella, aún estoy a tiempo, claro que aquellos cajoncitos con compartimentos…tal vez por encargo.
Quería compartir con vosotros esta vivencia de cuando era niña.


Carol