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jueves, 23 de febrero de 2012

JUEVES 23 - UN NUEVO RELAT0 - ME OCURRIÓ ALGO EXTRAORDINARIO...




JUEVES 23 - UN NUEVO RELAT0 - ME OCURRIÓ ALGO EXTRAORDINARIO...






Cuando mis padres decidieron que tenía que empezar a ir al colegio me apuntaron a uno de pago, en dónde estuve durante los siguientes cuatro años, me enseñaron a leer, escribir, hice la primera Comunión con mis compañeros y me prepararon para el ingreso de Bachiller en un instituto ya en los años sesenta. Dónde encontré las mejores amigas que he conocido y que aún conservo aunque esté tan lejos.

Mi madre había oído hablar muy bien de la maestra de este colegio y quiso que fuera allí dónde empezaría mi vida escolar a los seis años, edad a la que los niños del país empezaban a aprender a leer por lo general.

Tenía la maestra mucha clase, estilo, era encantadora con todos los niños y a todos nos trataba con mucha deferencia, respeto, no nos costaba en absoluto aprender con ella y estudiar era siempre ameno, y es que ella tenía la cualidad de saber enseñar, de que todos nos interesáramos por lo que hacíamos sin que nos pareciera un gran esfuerzo aprender de memoria tantas lecciones, repetir tantas palabras del dictado hasta que superáramos las faltas de ortografía. Incluso de que nos cargara con muchos deberes para casa, vacaciones…, aquellos cuadernos de caligrafía, de tantas cuentas y problemas de matemáticas.

La niñez en este colegio fue uno de los periodos más felices de mi vida y que recuerdo con mucho cariño.

En cierta ocasión y hablando de los padres de la maestra mi madre me dijo que a su padre lo habían matado en la guerra-la guerra civil española de1936-ella entonces era una niña de cinco o seis años que tenía más hermanos aunque ella era la mayor. La madre se tuvo que buscar la vida para sacar a sus hijos adelante pero lo logró e incluso le dio estudios, una gran mujer trabajadora con mucho mérito.

Hace unos años un historiador-investigador de mi ciudad escribió un libro sobre los acontecimientos que ocurrieron en los años que duró la guerra y sobre los muertos que el enfrentamiento fratricida ocasionó en la ciudad-por los vencedores- fue así como me enteré que el padre de mi maestra no había muerto luchando en la guerra como yo creía y seguramente mi madre tampoco sabía, sino fusilado, acusado de un delito que no cometió.

Me invadió una profunda tristeza y mi admiración y cariño aumentó por mi maestra, su madre y sus hermanos que siempre fueron tan dignos, tan abnegados, tan callados y sufridos, que jamás expresaron ni inculcaron odio ni venganza.

Sin odio ni rencor-que solo hiere al que los siente-escribo este recuerdo emocionado a mi querida maestra.

Que Dios reparta justicia allí donde los humanos no logren hacerla y gracias a los que lo intenten con todo el corazón.

Carol
Más relatos en :


CONVERSANDO CON MARU



lunes, 20 de febrero de 2012

¡Cita a ciegas...?


¿Qué hacía allí encerrada en el armario ropero del salón de baile del Palacete Pagano…? El Poeta-su amor platónico, al que había conocido por internet y con el que llevaba años escribiéndose- la había citado en aquel lugar y tras leer la misiva-email y sin estar muy segura de si quería hacerlo o no por lo extraño que resultaba la propuesta…se encaminó con pasos inseguros hacía allá con su disfraz en una bolsa, en el servicio de unos grandes almacenes que estaban en el trayecto se cambió. Entró por la puerta lateral del Palacete como él le indicara y después de caminar unos treinta metros por un largo pasillo se encontró con una puerta que daba directamente al mencionado armario.



Estaba lleno de abrigos, capas y otras prendas de abrigo como bufandas, tocas, chales…, se colocó en un lateral y esperó confusa, y algo asustada a que el compositor apareciera y se diera a conocer.


Empezó a tener calor. El disfraz de dama del siglo XVIII a pesar de tener un generoso escote la estaba agobiando. Cogió una percha y colocó en ella su capa, dudando, porque si tenía que salir corriendo…


Se volvió a preguntar si el poeta la ponía a prueba, si cifraba su confianza en ella con esta especie de demostración de fe en él , no lo sabía pero de todas formas eran unas circunstancias que tal vez solo se podían dar en Carnaval, aún así…


Era la primera vez que visitaba el Palacete, no sabía dónde estaba el salón de baile, la música le llegaba nítida, valses, salsa, merengue, se sucedían uno tras otros. Pasaban los minutos. Por la hora que era pensó que todos los invitados habrían llegado ya por lo que algunos se marcharían más tarde…pero para entonces ella esperaba no seguir escondida.


De repente la puerta se abrió y cerró rápidamente, tan rápido que la oscuridad volvió a reinar en el habitáculo sin que le diera tiempo a ver quién era la persona que ahora lo compartía con ella.


Unos brazos poderosos se cerraron sobre su cintura, mientras unos labios ávidos la obligaban a besar de forma apasionada. Quiso gritar y ni un solo sonido salió de su garganta. Se preguntaba si el Poeta era tan vigoroso como para tenerla tan fuertemente impedida de hacer el mínimo movimiento. De repente la soltó y gracias a un mísero hilillo de luz que se colaba por las rendijas pudo ver que era un enmascarado que cubría su cabeza y cuyo disfraz era de un fraile franciscano.


-No tengas miedo, no voy a hacerte daño ni nada que tú no quieras.


La voz no le sonó muy extraña, pero… ¿Quién más sabía que ella estaba allí encerrada? ¿Acaso la había visto alguien llegar hasta el escondite?


Cerró los ojos aturdida y por un instante perdió la noción del tiempo, del lugar. Cuando los abrió vio que estaba sola y sin pensarlo dos veces salió del lado dónde la música era más fuerte. Era una antesala enorme llena de tapices y una larga alfombra que acababa ante las puertas acristaladas del esplendido salón dónde múltiples parejas bailaban. Dirigió sus pasos hacía allí y decida entró. Si el poeta no había aparecido en tanto tiempo era posible que pensara que ella se había cansado ya de esperar por lo que no iría al escondite sino al salón.


Paseó su mirada entre los asistentes y enseguida creyó ver al Poeta. Sería el que llevaba un hábito de fraile franciscano, aquel que le había gastado la pesada broma, por llamarlo de una manera suave. Se acercó a él en el momento en que éste cogía una copa de una bandeja que un elegante empleado ofrecía y se quedó de piedra a ver que la manga, al estirar el brazo, dejaba al descubierto cerca de su muñeca izquierda un lunar grande que desde su nacimiento formaba parte del físico de su marido.


¡Pero…si…a él no le gusta la poesía!- Fue el primer pensamiento que le vino a la memoria.


El segundo: Si quiere juego… ¡por mi encantada!


Y se llevó un dedo a la boca para obligarse a sí misma a callar lo que ya sabía.






Carol