
Caminé despacio, el sol acababa de salir rasgando la oscuridad, un disco rojo lleno de calor que me acompañaba hasta la subida a la casa, alejando la incertidumbre con que había pasado la noche, dando vueltas y más vueltas en la cama sin encontrar una salida a aquella situación que me tenía el corazón oprimido.
El paisaje divino, las aves volaban por debajo de mí, el rio era un hilo de plata, los árboles parecían bonsáis… no me sentí grande, me sentí más pequeña, pero más cerca de Dios.
No sabía qué hacer, si llamar a la puerta o usar la llave que tenía, decidí hacer lo segundo, era lo lógico, y sin hacer ruido entre en la cocina y cogí el viejo “jarrón” de la amama (abuela) aquel en el que ponía las flores que el aitite (abuelo) le traía del campo cuando dejó de usarlo de cafetera, él era un romántico de los que ya no quedaban y era más de gestos que de palabras, siempre que le traía flores la amama entendía que le decía con ellas: maite zaitut ( te quiero), y ella reprimía una sonrisa pero no podía evitar un suspiro de satisfacción.
Esta costumbre la hemos conservado en la familia, sobre todo las mujeres, y siempre que queremos expresar un sentimiento de cariño ponemos flores en el original jarrón junto a la ventana. Es nuestra forma de pedir perdón, decir un te quiero…sentirnos cerca de nuestros seres queridos.
El silencio de la casa era sobrecogedor, el ama (madre) dormía y no era mi intención despertarla, allí encontraría sus flores cuando despertara y sabría que no puedo estar alejada de ella, que aunque viva mi vida, la casa sería siempre mi refugio, dónde están mis recuerdos preferidos, mi infancia dibujada en las paredes y el lugar dónde siempre vuelvo a encontrar la paz de mi alma.
La bajada se me hizo más penosa que la subida.
Para cuando despiertes, querida amatxo, y veas las flores que te cogí, entenderás que nada ni nadie nos separará jamás.
Carol
Para Alix y Nuria con cariño.
Fotografía de Alix.