La vi brillar con luz propia aquel Carnaval en Venecia. Aquella máscara veneciana le sentaba de maravillas, dejaba ver sus ojos color miel, como única parte de un cuerpo hermoso escondido bajo terciopelos.
Yo sabía que el sueño de su vida era visitar Venecia en Carnaval.
y que lo hubiese logrado era para ella el sumun de la felicidad.
La seguí a la salida del Hotel, no sospechaba mi presencia porque el disfraz y máscara que me compré, en una de las muchas tiendas dedicadas a proporcionar al visitante los disfraces más ingeniosos y maravillosos que soñar se puedan, no lo conocía.
Tenía yo la obligación moral de vigilarla y aunque no me hacía mucha gracia esta actuación por otro lado era divertido observar sus reacciones y todo lo que empezó a vivir en Carnaval bien que congeniaba con los demás habitantes y visitantes de Venecia
Así estuve toda la mañana, después fue a comer, ¡canelones!, qué ricos me supieron a mí, me senté de espaldas a ella y me quité la máscara para comer, craso error, cuando me volví se había marchado y los exquisitos canelones seguían en la mesa en la que unos instantes antes ella fingía comer.
Salí a la calle como alma que persigue el diablo y me quedé sin respiración: una maraña de disfrazados me rodearon bailando y cantando, uno de ellos me cogió la mano y me impidió salir de aquella marabunta. Llegué a enfadarme bastante pero su fuerza era superior, no quise ponerme demasiado seria porque ellos estaban jugando conmigo y su juego tenía cariz de inocencia aunque fuera solo fachada. Me resigné a perderla y bailé con aquel ser que me acaparaba.
Pasaron los minutos, se fueron alejando poco a poco, el enmascarado Me hizo una reverencia con el sombrero que llevaba puesto, se dio la vuelta y emprendió una carrera hasta llegar a dónde estaban sus amigos.
Bien, ¿ahora qué hago?, ¿dónde estaría la linda veneciana?
Me encaminé hacia la Plaza de San Marcos cogería algún folleto de fiestas y la buscaría en todas las actividades. Mas cuando lo conseguí por poco me da un síncope, eran muchos los Palacios que abrían sus puertas para el baile de la noche. No podía asistir a todos y era evidente que me había reconocido y por ello se había quitado de en medio.
Con gran dolor para mi bolsillo decidí cambiar el disfraz y la máscara, ¡menuda ruina!
Pero todo valía por su seguridad. Empecé a preguntar si habían visto a…y les explicaba todo los destalles de su disfraz, tardé bastante pero encontré a uno que se había fijado explícitamente en ella y la había seguido hasta un Palacio privado dónde una cena de Gala precedería al Baile de las Velas.
Después de una caminata y atravesar el Puente de Rialto llegué, cansada, debí coger un vaporetti , un taxi acuático; me dispuse a observar a los que iban entrado a la cena. Allí estaba ella acompañada de alguien que cogía su mano y le hablaba con soltura en italiano por lo que pensé que era un nativo. Lo que no tenía claro era si lo había conocido allí o era una cita.
Entraron, no tenían escapatoria, cuando salieran para el gran salón lleno de velas a las que procedían a encender un grupo de mayordomos con máscara, estaría bajo mi mirada toda la noche y no la perdería de vista hasta su llegada al hotel. Adquirí una entrada, nada barata, me coloqué cerca de un balcón desde dónde divisaba la puerta del salón tocaban en ese momento música de Puccini, “Manon Lescaut-Intermezzo”, música sublime, “Un bel di vedremo- Madame Butterfly” veía parejas abrazarse, yo empezaba a ponerme melancólica.
Se demoraba su salida así que me asomé al comedor y con horror pude comprobar que no había nadie en él, me dirigí rápidamente a los servicios: ¡vacios!, ni un alma.
-¿Existe otra salida que no sea al Salón de Baile? -Pregunté a un camarero que procedía a limpiar las mesas.
- Por allí- me dijo señalando con el índice sin entender muy bien qué le preguntaba.
Sabía que me la había vuelto a jugar, y ahora sí que no podía hacer nada. Me resigné. Y encaminándome al baile, empecé a disfrutar de la velada.
Estaba en Venecia, en Carnaval y me tenía que divertir, claro que al estilo veneciano, pero en todo lo que ofrece vivirlo intensamente. Se me acercó un enmascarado vestido de arlequín que hablaba español y pasaba los veranos en la playa de Bolonia, provincia de Cádiz, me cogió con decisión de la mano y me llevó a danzar, fue una noche inolvidable, lo pasé de fábula bailando sin parar, minuetos, mazurcas y tarantelas, mirándome en todos los espejos de aquel inmenso salón sin poder creer que era yo la que se reflejaba en ellos dentro de aquella máscara veneciana que tanto me favorecía y acompañada de aquel caballero tan amable bajo su disfraz. Incluso nos dimos los e-mail. Despuntaba el alba y se despidió de mí con un fuerte abrazo. Había una espesa niebla, se perdió en ella.
Cuando la vi por la mañana me llevé una gran alegría, no llevaba disfraz, yo sí todavía. Estaba yo tomando un rico chocolate con churros en el café más antiguo de Italia: el Café Florián
en la Piazza de San Marcos cuando se me acercó cariñosa, me dio un beso y me dijo:
- Mamá, mamá, ¡cómo eres! Que tengo ya edad para ir por el mundo sola y no tienes la obligación de cuidarme como cuando era una niña…
-No sabes los peligros que acechan…
-Pero mamá…qué hemos venido un grupo y no nos perdemos.
-Por cierto mami, ¿de qué conoces tú al Sr. Díez profesor de Literatura?, te vi muy entusiasmada con él anoche, ¡tú sí que corriste peligro bonita!
-¿Cambiaste el disfraz?-le pregunté confundida ignorando su comentario.
Sonrió pícaramente y se alejó hacía un grupo que estaba unos metros más allá, cerca de la Basílica de San Marcos, me saludó con la mano y le respondí, al mismo tiempo recibí el saludo de uno de ellos, un hombre encantador, sin disfraz y en cuyos ojos vi ciertas chispitas titilar.
Después me desperté y ya mi vida no ha vuelto a ser igual, tengo un sueño por realizar.
Carol